por
Urtica Dioica
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Al analizar los comportamientos públicos de la gente no conviene olvidar que, al igual que en la naturaleza se pueden observar con claridad los ciclos biológicos de algunos seres vivos, en la política se pueden identificar sin dificultad los ciclos electorales de los partidos. Esta realidad cíclica es especialmente significativa en la vida de los partidos nacionalistas que completan el mapa parlamentario español.
En las elecciones generales está en juego quién es el presidente del Gobierno de España y, por eso, hay más ciudadanos que dan la espalda a los candidatos nacionalistas que no tienen posibilidad alguna de lograrlo, para dar su voto directamente a los candidatos nacionales que sí las tienen. En esta época, los partidos nacionalistas entran en hibernación, tanto más intensa cuanto más hayan colaborado y se hayan confundido con el partido del Gobierno. Esto, sumado a las mofas de Carod-Rovira —sobre coronas de espinas o sobre banderas españolas en la tintorería— impropias de un líder, explicaría la espectacular caída de ERC en beneficio de los socialistas catalanes, o los 10 puntos de diferencia entre elecciones autonómicas y generales que caracterizan al BNG.
La bajada del PNV, lo mismo que la de CiU del 2004, de la que no se recuperó en estas últimas, tienen mucho que ver, además, con sus problemas internos de liderazgo y de estrategia. El PNV no ha digerido los relevos de Ardanza en Ajuria Enea y de Arzalluz en el EBB, con todo lo que ello conlleva. El lehendakari Ardanza lideró un pacto de todas las fuerzas políticas vascas para luchar contra ETA, y eso fue un gran activo político —insuficientemente aprovechado— que su sucesor Ibarretxe sustituyó por un plan propio de un iluminado —disfraz común de los mediocres— para destrozar la herencia recibida de unidad exterior, y acabar afectando gravemente a la unidad interior del PNV. Los resultados electorales lo corroboran.
El mal de CiU nace de la pérdida de liderazgo que se derivó de la diferencia de talla política existente entre Jordi Pujol y Artur Mas: 17/18 escaños en los años 90, frente a los 10/11 actuales. El amor zapateril y la estrategia suicida de un Artur Mas, jaleado por unos pocos fans, para descalificar sistemáticamente los innegables logros del Gobierno del PP en Cataluña, conseguidos precisamente con el apoyo de CiU, ha acabado por regalar el partido a su adversario socialista, José Montilla, sostenido por ERC, a pesar de los esfuerzos encomiables de Durán y Lleida para impedirlo.
Pero, a partir de ahora, con la llegada de las elecciones autonómicas en Galicia, País Vasco y Cataluña, los nacionalistas irán saliendo de su letargo. Vienen tiempos favorables para ellos. Pero todos presentan dolencias graves en su musculatura política y está por ver si las podrán superar antes de las citas con las urnas.
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