viernes, 14 de noviembre de 2008

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Se sorprende Mike Reid, redactor de The Economist, por la reacción del gobierno nacionalista a su informe sobre Cataluña. Dice: no es nada que no hayan escrito los periódicos. ¿Nada? Es mucho menos de lo que han escrito y escriben algunos (pocos) periódicos. Pero es letal para la Generalitat que The Economist legitime lo que este periódico, por destacado ejemplo. lleva escribiendo desde hace tiempo. Desde el punto de vista del gobierno nacionalista lo que escribe este periódico sólo sirve para redactar pancartas y eslogans minoritarios: y ha sido una muy desagradable sorpresa que uno de los grandes opinion makers haya decidido apoderarse de sus argumentos. La razón de que lo haya hecho es simple: para The Economist la verdad no está sometida al poder nacionalista.

La propia Generalitat, fruto de su incomparable tosquedad y de su burda obsesión dirigista, ha acabado dando la prueba del nueve de todo lo que la revista inglesa ha escrito y de lo mucho que se ha dejado por escribir. El periodista Reid se mostraba estupefacto ante el hecho de que se le hayan exigido disculpas. La estupefación sólo puede ser retórica: ni siquiera a un caballero inglés debe sorprenderle, por poco que haya investigado las formas y contenidos del gobierno nacionalista, esta reacción que tan bien describe uno de los adjetivos (copyrigth Muñoz Molina) del artículo. Caciquil, desde luego. ¿En qué otra fuente intelectual y moral que no sea el patético caciquismo puede inspirarse el gobierno nacionalista a la hora de negar frecuencias radiofónicas en nombre de Cataluña (así lo explicitó ayer en el parlamento don José Montilla ante la petición del diputado Rivera), o a la hora de protestar ante una empresa de comunicación privada en el mismo nombre de la patria mancillada? Brutos como caciques.

No querría acabar sin darle al periodista Reid una información que acaso le interese. La razón de que don José Montilla no hubiese querido recibirle en su viaje a Cataluña no es la que la consejera de Justicia, en funciones de portavoz, expuso con el candor peregrino del que duerme en cárceles y palpa las sábanas de burdeles –ambas cosas ha hecho la consejera a fin de procurarse titánicas experiencias de lo real. No es el trabajo, la razón. Entre las tareas obvias de don José Montilla está la de recibir al enviado de una de las grandes revistas universales, cuya difusión entre las élites rebasa el millón de ejemplares. No es el trabajo. Sólo es el miedo. A la calidad de las preguntas; pero, sobre todo, a la calidad de las respuestas.

(Coda: «La mayoría de estas misiones [catalanas en el exterior de España] están mal organizadas y no han logrado nada, salvo una cobertura favorable de sus medios de comunicación cautivos. Mike Reid, The Economist, 6 de Noviembre.»

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