viernes, 24 de octubre de 2008

La limusina del jardinero

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ABC
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Ignacio Camacho
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«Érase de un marinero / que hizo un jardín junto al mar / y se metió a jardinero./ Estaba el jardín en flor/ y el jardinero se fue / por esos mares de Dios»
(A. Machado)

La democracia es un sistema abierto e igualitario cuya belleza moral consiste en permitir que un jardinero pueda llegar a presidir un Parlamento, sin otro requisito ni examen que el de la voluntad popular, filtrada en nuestro ordenamiento político por el mecanismo de la partitocracia. La única contrapartida que exige este principio de homogeneidad social es una cierta sensibilidad ética y una vocación explícita de servicio público. En la Roma antigua, cuando aún no se había perfeccionado la democracia, los labradores dejaban el arado para servir a la patria como tribunos, y cumplido el mandato de representación regresaban tan tranquilos a su labranza. En la actualidad ni siquiera se le pide al jardinero que vuelva a su jardín, pero sí al menos que no aproveche su desempeño institucional para comportarse como un ostentoso millonario.

El ciudadano Ernest Benach era no hace demasiado tiempo una especie de conserje encargado de asuntos de jardinería en el Ayuntamiento de Reus, dignísimo oficio en el que no es frecuente ni necesario utilizar coches de 110.000 euros. Convertido por beneficiosos avatares de la política y por designio de su partido (ERC) en presidente del Parlamento de Cataluña, Benach ha considerado imprescindible el usufructo de una limusina de tal precio, y pensando acaso que no es vehículo acorde con su distinguido rango lo ha mandado tunear para instalarle entre otros adminículos un televisor, un escritorio a medida y un lujoso reposapiés de madera, todo ello, por supuesto, a cuenta de los contribuyentes. Atención al detalle del reposapiés porque revela un concepto cuasi regio de la dignidad del cargo, como los antiguos escabeles del señorío feudal; el antiguo jardinero no sólo parece haber olvidado la belleza de la tierra fértil que antaño hollaban sus botas, sino que debe de considerar que hogaño sus zapatos de marca, pronto acostumbrados a la mullida moqueta del poder, merecen descansar durante los viajes sobre una superficie ennoblecida.

Subrayar los perfiles éticos de este escándalo en medio de las generalizadas apreturas de la crisis resulta demasiado obvio, incluso para tratarse de un militante de la izquierda radical y soberanista; son mucho más significativos los ribetes sociológicos que hablan de un desvergonzado proceso de desclasamiento moral y de una burbuja de autismo satisfecho en la que se ha instalado cierta clase política, abandonando los jardines de la cordura para perderse por los mares machadianos del ensimismamiento. En esta pendiente de despropósito e insensatez, la casta dirigente se blinda a sí misma frente a la simple razón del sentido común y se sube a una limusina de soberbia tras cuyas ventanas ahumadas no se ve ni se oye el sonido de la calle. Ebrios de poder, los jardineros de la nueva «gauche caviar» han cortado de raíz las rosas de la discreción y la compostura. Eso sí, con los pies bien apoyados en sus confortables peanas de despilfarro.

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