jueves, 4 de septiembre de 2008

«Si Garzón quiere saber qué hago enterrado en el Valle de los Caídos, que me llame»

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ABC
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Si no fuera porque a sus 92 años acaba de regresar de una singladura por el Mediterráneo, Eugenio de Azcárraga estaría revolviéndose en el nicho de Cuelgamuros que lleva su nombre ante la última «patochada», así la llama, del juez Baltasar Garzón acerca de la Guerra Civil. «Yo estoy enterrado en el Valle de los Caídos y por eso soy el único muerto de la Guerra Civil que puede opinar que Garzón sólo quiere salir en los periódicos... Y creo que todos los que están conmigo en Cuelgamuros estarían de acuerdo».
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Así de tajante se pronuncia este «caído» de la contienda acerca de la polémica decisión del juez de la Audiencia Nacional para tratar de censar, identificar y localizar a una sola parte de las víctimas de la Guerra Civil, las del bando republicano. «No se entiende -dice Azcárraga- cómo un representante de la Justicia puede interesarse por los muertos de un solo lado cuando todo el mundo sabe que en los dos bandos se cometieron crímenes y atrocidades, y que sigue habiendo desaparecidos de las dos zonas. Aunque tampoco se entiende que este señor pueda ser juez después de haberse presentado como candidato de un partido en unas elecciones».

Le toca de cerca

A Eugenio de Azcárraga el asunto de las fosas de la Guerra Civil le toca de cerca. Estuvo a punto de ser, por dos veces, una víctima de la contienda: primero como defensor de la ciudad de Teruel, siendo alférez provisional del ejército de Franco, y después como prisionero en manos republicanas durante el caos de la retirada de Cataluña. El destino quiso que hace cincuenta años se convirtiera, por un error, en el único español al que se dio por sepultado en el Valle de los Caídos estando vivo y coleando. Y ahí sigue.
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Nieto de Marcelo Azcárraga, que fue cuatro veces presidente del Gobierno durante la regencia de María Cristina, Eugenio nació en Jaén en 1916, de familia de origen guipuzcoano. Toda su vida se ha considerado un liberal. «Antes de la guerra mi ideología eran las chicas y la natación. Nunca he sido franquista, aunque teóricamente soy un «caído por Dios y por España». Pero entre Franco y el comunismo opté por el primero, por eliminación, así que me pasé de Valencia, capital de la República, a la zona nacional», explica.
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Luchó en los frentes de Córdoba y de Asturias y fue herido en una pierna. Después fue enviado a Teruel como alférez de Infantería, pocos días antes de la ofensiva de las fuerzas republicanas sobre la ciudad, en diciembre de 1937. En la defensa de Teruel combatió a las órdenes del coronel Francisco Barba, jefe del sector del Seminario, el último foco de resistencia, que sufrió 800 bajas de una guarnición de 1.200 hombres. Cuando el Seminario cayó definitivamente, fue hecho prisionero y trasladado con el resto de sus compañeros al castillo de Montjuic, en Barcelona.
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En enero de 1939, ante el avance de las tropas de Franco sobre Barcelona, les montaron en un tren y los condujeron hacia la frontera francesa. Azcárraga decidió saltar del tren en marcha junto con otros doce compañeros y cruzar a pie los Pirineos para refugiarse en Francia. Unos días después, en Pont de Molins, el resto de la expedición, 40 prisioneros, entre los que figuraba el jefe de los defensores de Teruel, el coronel Rey D´Harcourt, y el obispo de la ciudad, monseñor Anselmo Polanco, serían asesinados por tropas republicanas en retirada.
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«Cuando los nacionales reconquistan Teruel, desentierran a los muertos de la batalla para identificarlos con la documentación que van encontrando, y luego volver a inhumarlos en el cementerio de la ciudad. Fue unos años después de la guerra cuando me dijeron que había una lápida con mi nombre en un nicho del cementerio: «Eugenio de Azcárraga Vela, caído por Dios y por España». Yo he sospechado siempre que me debieron de confundir con un alférez que se parecía a mí, y le debieron de enterrar con mi nombre».
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A finales de los años 50, Azcárraga se enteró por el sepulturero de que los restos de los oficiales de Teruel que las familias no habían reclamado se los habían llevado al Valle de los Caídos, inaugurado por Franco el 1 de abril de 1959. «Mi familia, por supuesto, nunca me reclamó porque después de la guerra supo que estaba vivo, aunque en plena contienda me hicieron un funeral», cuenta.
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Según la ficha que conserva hoy Patrimonio Nacional, el supuesto cadáver de Azcárraga fue inhumado en el columbario 1.718, en el tercer piso de la cripta derecha de la Basílica. Un tiempo más tarde, Azcárraga pudo confirmar que había sido inscrito como «Al. Azcárraga, Eugenio» y con el número 8.273 en el libro de inhumaciones de la Basílica, al lado de otros 40.000 españoles caídos en ambos bandos en la guerra.

La providencia del juez

«Yo mismo he visto mi nombre en el Valle de los Caídos, aunque ya no he vuelto por allí desde hace treinta años. Puede que hasta me hayan desahuciado por no pagar el alquiler... Así es que si Garzón quiere saber por qué estoy enterrado en el Valle de los Caídos, no le hace falta dictar una providencia para perder el tiempo, que bastante mal está ya la Justicia: le bastaría con llamarme por teléfono», dice el veterano.
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La providencia de Garzón, en efecto, insta al abad del Valle de los Caídos a que «proporcione oportuna información sobre los nombres de las personas que en este lugar están enterradas, procedencia geográfica de los restos y causas del enterramiento allí hecho».
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«Los que están enterrados en el Valle de los Caídos -dice- son de mi generación. Forman parte de un pasado del que no podemos sentirnos muy orgullosos. Yo, por ejemplo, que combatí con el bando franquista, siempre condené la terrible represión de posguerra, y algunos hasta me llamaban «rojo» por eso. Hoy no se puede envenenar a los jóvenes con el mismo odio y rencor». Además, desde su punto de vista, «Garzón no es nada original, porque lo de mandar policías a las parroquias ya se hacía en tiempos de la República».
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Azcárraga defiende el derecho de los familiares a enterrar dignamente a los que fueron asesinados y sepultados en las cunetas, en una y otra zona. «Es totalmente lógico, pero otra cosa es que un juez aproveche esto, tanto tiempo después, para darse autobombo», dice.
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