martes, 2 de septiembre de 2008

Barcelona, nueva colonia... de inmersión.

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En la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, que fundaran los romanos, es ahora el momento de repetir con Cicerón "la situación ha llegado al límite: ahora se trata de la libertad". En el Pleno del Ayuntamiento de Barcelona celebrado el 25 de julio se aprobó una declaración presentada por ERC en la que se apoya la inmersión lingüística del gobierno autónomo de Cataluña o, lo que es lo mismo, se apoya el incumplimiento de las leyes y de las sentencias que emanan de los poderes del Estado y que prohíben desalojar del sistema educativo una de las lenguas oficiales de Cataluña, el castellano.
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Debe darse la razón al concejal Jordi Portabella (ERC) cuando afirma que el castellano no se encuentra en peligro y su uso en la ciudad condal es superior al catalán. En efecto, los ciudadanos que tienen el castellano como primera lengua son mayoría aplastante en Barcelona, entre otras razones porque en muchas familias de Cataluña la lengua materna que se transmite a todas las generaciones es el castellano.
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En definitiva, es ésta una lengua que goza de magnífica salud y no precisa defensa alguna. Al contrario de lo que opinan los nacionalistas –ofuscados por su adicción a ideas del siglo XIX, ideas en el más puro significado etimológico de la palabra: son sólo apariencias, arquetipos imaginarios (por ejemplo, de una ensoñación)-, la lengua no es una persona o ente jurídicos que tengan derechos que deban defenderse; los derechos los ostentan sus hablantes y pisotearlos es una tropelía política, la dicte Franco o Montilla, la bendiga Fraga Iribarne o Jordi Portabella.
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Pero el concejal de ERC mintió cuando afirmó que el manifiesto (al que no aludió por su nombre) promovido por Fernando Savater (otro innombrable que en Catalunya Radio es «el filósofo vasco») busca «la confrontación social». Confrontación que, por el contrario, sí que reclaman los medios nacionalistas con su vocabulario bélico. Ciertamente en Barcelona no existe «confrontación social», pero es gracias a que en la calle y en sus casas los ciudadanos ejercen la comunicación con libertad, sin presiones, extorsiones y multas. Defender el libre uso de una lengua y recibir enseñanza en ella allí donde es lengua oficial no crea confrontación: se trata de defender la libertad y la democracia. Habrá que empezar a plantearse si nacionalismo y democracia son compatibles. Como también habrá que reflexionar críticamente sobre qué ocurre en partidos que se publicitan colocándose en determinadas coordenadas ideológicas y votan por «los derechos de los grandes simios», pero actúan para que las directrices de escolarización de la UNESCO no se cumplan en España.
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Cataluña y otras comunidades autónomas con dos lenguas oficiales no tienen un problema lingüístico: tienen un problema político, problema alentado en el entramado mediático y social por agitadores remunerados, un problema que se refleja cuando un político, artífice de grandes desaguisados políticos para Cataluña y España entera, afirmó que «la lengua catalana es el ADN de Cataluña». Así se comprende que Barcelona tenga desde 1979 (primer año del mandato edilicio de Narcís Serra) una calle dedicada a Sabino Arana, quien no tenía precisamente más convicciones democráticas que el jefe territorial de Cataluña y provincial de Barcelona de Falange y las JONS Roberto Bassas, a quien antes estaba dedicada la misma vía.
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En cuanto a las intervenciones, en el mismo Pleno municipal, de los portavoces de CiU e ICV jaleando la declaración de Portabella, no fueron más que la enésima escenificación del oasis catalán por parte del cuatripartito, esta vez para fomentar en la otrora cosmopolita Barcelona la ingeniería social practicada desde la Generalitat y el Parlament desde los tiempos en que Jordi Pujol pudo llevar a la práctica su entusiasmo por el nacionalismo del estado de Israel al que tantas loas dedicó en su producción literaria (porque literatura es también el listín telefónico para quien lo lea con mirada poética).
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La tolerancia por la «diversidad» y el «plurilingüismo» de ICV es de todos conocidos: la tolerancia es aplicable siempre y cuando el castellano no sea una carta de la baraja y el ecuatoriano que abra una peluquería o locutorio rotule su local o exhiba la lista de precios "al menos" en catalán. Así que preparémonos para ver cómo el Ayuntamiento de Barcelona, de la mano del alcalde Hereu y sus compañeros de viaje, participa de la llamada "construcción nacional" o nacimiento de una nación ("nación" que tiene como himno una música de 1892 y una letra de 1899) construida con mentiras de cartón-piedra como los decorados de la película Intolerancia de D. W. Griffith, producción tan costosa por sus escenarios y 16.000 figurantes que, tras pasar por las pantallas, no recaudó ni para poder desmontar la escenografía.
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ANTONIO LÓPEZ GARCÍA
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