por
Arcadi Espada
Querido J:
El eurodiputado Raimon Obiols, que dirigió los socialistas catalanes en los años de hojalata del pujolismo, ha leído la última carta que te escribí. Veo que te las dejas en cualquier sitio. No sólo la ha leído sino que la ha contestado. ¡Como si J. fuese un genérico! Puedes ver su respuesta aquí. El señor Obiols, a quien aprecio, empieza con unos elogios a mi trabajo que le agradezco, incluso si fueran resultado estricto de la captatio benevolentiae propia de la introducción polémica. Pero de inmediato hace una afirmación sorpresiva, asegurando que no entiende cómo yo puedo “pensar, políticamente, de una manera tan inconmovible y tópica”. Dejemos el tópico, que depende del trópico, como luego veremos. ¿Pero “inconmovible”…, yo que, por minúsculo ejemplo, he dejado de votar al partido del señor Obiols? No se corresponde.
Su primer reproche concreto, en cualquier caso, alude a una tarde de 1984 que él y yo pasamos, en cierto modo, juntos. La tarde de la investidura de Jordi Pujol, en que un grupo de energúmenos, apostados dentro y fuera del Parlament con la complacencia institucional, insultaron y agredieron al señor Obiols, que acababa de perder por primera vez las elecciones. Es cierto, como cuenta, que yo me he referido varias veces a ese momento, dado que me pareció (y me parece) altamente simbólico. Y se queja de mi fijación: “Quiero decirle a Espada, por única vez, que con respecto a mí, su versión puede ser todo lo poética que quiera, pero es mentira. Dejo constancia, pour la petite histoire, que no he bajado nunca la cabeza delante de ningún energúmeno, del color que fuese (y no me han faltado ocasiones). Por ello me siento legitimado a la siguiente maldición gitana: cada vez que entres en un coche y agaches obligadamente la cabeza, piensa en lo que te he dicho, Arcadi”. Así lo haré, por aprecio gitano y porque me parece una manera simpática de escurrir el bulto. ¡Cómo el alto Obiols no iba agacharse para entrar en un coche! La cuestión, sin embargo, es mucho más simple. El socialismo catalán no se enfrentó ni siquiera con la mirada a los enrgúmenos de 1984. Ni Obiols aquella tarde ni después, ni nadie de su partido, con la honradísima excepción de un marginal llamado Jordi Solé Tura, a cuyo gesto firme en defensa de la democracia y de la razón la memoria histórica catalana se ha esforzado en aplicarle el método alzheimer. Yo no he encontrado rastro en mi memoria ni en las hemerotecas de que Obiols y sus compañeros hubiesen levantado la cabeza. Sí conozco los movimientos de política de alcantarilla que idearon para erosionar a fuerza de rumores el despotismo convergente que se cernía. Sí recuerdo al portavoz Lluís Armet quejándose, casi con lágrimas, de que le llamaran anticatalanista: aún no había costumbre. Con lo que no logro dar, sin embargo, es con una respuesta clara, firme y política ante la usurpación de la democracia que empezaba a practicar el nacionalismo y cuya expresión más grotesca fue aquel recorrido en coche descubierto (inolvidable simulacro gaullista o papal) que Pujol ideó desde la Ciudadela hasta la plaza de San Jaime, y cuyo recuerdo me sobreviene cada tanto como una arcada para instruirme acerca de lo que éramos y lo que somos. Respecto a su cabeza levantada, el señor Obiols sólo tiene que presentar los documentos. Mientras tanto, tampoco esta queja corresponde.
En 1980, fecha de las primeras elecciones autonómicas, los socialistas presentaron a Joan Reventós. Mucha gente pensaba que era un candidato blando y temeroso de Dios. Por ejemplo, el expresidente Josep Tarradellas. Lo cierto es que Reventós perdió, a pesar de que la izquierda era favorita en la autoproclamada, con la acostumbrada fanfarronería provincial, la isla roja de Europa. El señor Obiols asegura que es un tópico referirse a la falta de energía y convicción de su candidato. Pero, en fin, necesitará algo más que ese asegurar, porque los hechos ofrecen un aspecto tremendo. Uno: Reventós, al frente del entonces primer partido de Cataluña, perdió las elecciones. Dos: Reventós no volvió a ser candidato. Sin embargo, lo más llamativo de un texto centrado en los tópicos es el motivo por el que incorpora, como hecho determinante de la derrota, la frase siguiente: “[Fue] la menor motivación por el voto autonómico en los sectores más populares”. ¡Vaya! La consoladora abstención de la izquierda en las elecciones autonómicas. ¡Al fin un tópico verdadero, es decir, una falsedad! Es cierto que en 1980 hubo una baja participación: votó el 61%. Pero cuatro años después votó el 64% y de resultas de tal fenómeno Jordi Pujol obtuvo, con el mayor índice de participación que se ha dado en unas elecciones autonómicas, la victoria más aplastante de su carrera política. El candidato era Obiols y en el debate de investidura irrumpieron los energúmenos. “La abstención siempre es la abstención de los nuestros”, he ahí un tópico tan hermoso e indiscutible que casi lamento que no sea mío.
La última parte del texto de nuestro amigo es la más desconcertante. Parte del reconocimiento, por mi parte, de un error propio. Quizá recuerdes lo que te había escrito en mi carta anterior: “Tarradellas y yo pensábamos en lo mismo: los socialistas catalanes no ganaban porque eran incapaces de articular un discurso al margen del catalanismo”. (…) Pero lo cierto es que los socialistas catalanes han conseguido el triunfo más espectacular de la historia con un discurso que no ha tenido una sombra de concesión españolista”. “Exacto”, dice Obiols. Exacto, digo yo. ¿A qué entonces mantenerme rehén del tópico y del pensar inconmovible? Pero la cuestión va mucho más allá de este prurito personal que sabrás disculparme. Es conmovedor el señor Obiols (pura transparencia) cuando escribe que el PSC “es más inteligente en la estrategia que en la táctica”. Apenas hay necesidad de traducir estas palabras: yo tenía razón, dice el señor Obiols, en mi estrategia catalanista: sólo que la tuve a largo plazo. Desde luego yo no se la voy a quitar, especialmente en razón de los últimos resultados electorales. Déjame hacer sólo, antes de concluir, una reflexión basada en el análisis empírico. En las primeras elecciones autonómicas el “actual” tripartito obtuvo 74 diputados. En las últimas, 70. Los socialistas obtuvieron en 2006 cuatro escaños más que en 1980. Los mismos que perdió Iniciativa respecto al PSUC de entonces. La estabilidad es un dato prodigioso. ¿Qué diferencia un paisaje de otro? El cambio táctico de Esquerra Republicana. (Paréntesis: en 1980 Pujol gobernó con el apoyo común de Esquerra y de la derecha no nacionalista agrupada en Centristes de Catalunya: el apoyo de esa derecha a los nacionalistas no es cosa de ayer, y de tal solera, tal ruina). Lo que no consiguieron Reventós, Obiols o Joaquim Nadal lo consiguió Pasqual Maragall y su entendimiento con el republicano Carod. Con esto quiero decir que el éxito del PSC, en las autonómicas, no se basa en su creciente penetración en la sociedad, sino en haber facilitado el cambio táctico de Esquerra Republicana. ¿Cómo lo ha facilitado? Aún crepita en los periódicos. Basta ver cómo Pasqual Maragall se refería a la lengua: el Adn de Cataluña. Cómo un principal consejero socialista (muy estrechamente vinculado, por cierto, a Obiols), declaraba que la solidaridad entre españoles debe tener límites. Cómo el presidente Montilla ponía en circulación el viejo eslogan contra Catalunya, que tantos royalties me ha dado. Cómo los socialistas apoyaban un Estatut que fundaba su legitimidad en los derechos históricos… Hasta tal punto se ha fundido el PSC con los intereses del nacionalismo que en estas últimas elecciones españolas los electores ya no distinguían. Y eligieron, como suele suceder cuando no se distingue, el bulto más grueso.
Querido amigo mío, te confieso que no acabo de entender por qué el señor Obiols incurre en la modestia y pretende quitarse méritos, sugiriendo incluso que levantó la cabeza. Está a la vista el notable éxito que ha obtenido la sumisión.
Sigue con salud
A.
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