por
ARCADI ESPADA
Ahora veo el error espectacular, tremendo, en que han caído los partidarios de que un escolar español pueda elegir la lengua oficial del Estado para su educación. Sería conveniente que lo tuviera en cuenta esa organización que ahora pretende coordinar los esfuerzos de los asturianos, catalanes, gallegos y vascos que ven en peligro el estatus del castellano como lengua común de los españoles. El error ha sido situar esa reivindicación bajo la luz de la razón, de la igualdad entre los ciudadanos, y, en general, de otros argumentos de tipo técnico. El error ha sido esta funesta manía del laicismo. Si, por el contrario, todos esos agraviados hubiesen actuado bajo la luz de la creencia el éxito habría sido rápido y total. ¿Catalán, bable, gallego vasco?… Mire, no, van contra mis creencias esos alcoholes. Y a ver qué discurso podría haberles contradicho.
Los poderes públicos españoles exhiben una tolerancia creciente ante las demandas, cada vez más barrocas, de la creencia. La creencia exige que no se le sirva carne de cerdo o que no haya cabeza destocada. Y los poderes transigen. No sólo transigen: se llenan la boca y se dan enérgicas palmadas de reafirmación celebrando el respeto que manifiestan ante todas las creencias. Gracias a ellos el espacio público está dejando de ser una síntesis minimalista para convertirse en un patchwork psicodélico. Lo llamativo, sin embargo, es que esta tolerancia practicada por laicos, y aun por laicistas, transija con la superstición y no con sus pares. El poder laico está aceptando, en cierto modo, que hay una relación entre abstenerse de comer carne de cerdo y el acceso a la vida eterna. Por el contrario no se muestra dispuesto a aceptar las demandas de gentes que, al fin y al cabo, están hablándole en el mismo idioma (aunque uno hable en catalán y otro en castellano); es decir, en el idioma de la razón y no en el de las circunstancias sobrenaturales.
Esta actitud es doblemente ofensiva. Por un lado refuerza la convicción, tantas veces expresada por nuestros socialdemócratas, en activa y en pasiva, de que todas las creencias merecen respeto. Pero es que, además, privilegia las creencias (míticas) sobre las opiniones (racionales): ¡con la vida eterna no se juega! De ahí mi radical consejo del inicio. Dado que no atino a ver por qué tendría un alumno más derecho a pedir pavo que a pedir castellano plantéese la reivindicación en estrictos términos religiosos. Fúndese una Iglesia, si es preciso, y búsquese su Tom Cruise. Aféctense vahídos y apariciones. Sitúese al fin la lengua en el lugar que le es propio: en el fondo purísimo del cáliz. En su doble fondo. En cuanto al logo de la congregación… De nuevo voy a ceder a la analogía: hágase con una mantecosa y crujiente lengua de cerdo ibérico.
(Coda: «Tolerancia: 3. f. Reconocimiento de inmunidad política para quienes profesan religiones distintas de la admitida oficialmente.» Diccionario de la Real Academia Española)
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