El nacionalismo no cree en la libertad personal: impone su visión de la sociedad, su lengua, extiende su dominio a los medios, las entidades, la cultura, es totalitario. Una lengua, una nación, una selección. Como identifica la nación cultural con el territorio, no admite que otras formas nacionales se expresen en ese territorio. Tampoco admite la crítica. La crítica sólo puede venir de extranjeros, y si no, es que se trata de inadaptados, autoodiantes, y excéntricos. Lo resume muy bien en la expresión “aquesta gent”.
El nacionalismo no cree en la igualdad. Para el nacionalismo hay dos clases de personas, los autóctonos con raíces, dueños del territorio, y los extranjeros, sobrevenidos. Los extranjeros sólo son aceptados en la medida en que acepten o se amolden a las normas establecidas previamente por los autóctonos. En ningún caso debe ser al revés. Todo el que venga debe saber donde viene, y si viene es sobrentendiendo que conoce y acepta las normas de la “sociedad de acogida”. El mismo término sociedad de acogida implica algo…
El nacionalismo no cree en la fraternidad. Cree en las fronteras y en las diferencias. Cree en las fronteras, claro, que separen su territorio de aquellos a los que desprecia, o de un Estado al que considera atrasado o impotente. El nacionalista divide el planeta en territorios, y asigna un territorio a cada pueblo, cada pueblo el suyo. El nacionalismo no entiende que las personas son iguales y diferentes a la vez. No entiende de persona, sólo entiende de pueblos y naciones y de diferencias ente pueblos y naciones.
El nacionalismo se llena la boca de la integración del inmigrante. Sin embargo, del inmigrante lo único que parece despertar su interés es que aprenda a chapurrear el idioma del dueño del territorio, lo justo para entender las órdenes del dueño del territorio sin equivocarse. No le interesa el inmigrante como persona formada, le interesa en la medida que éste obedezca. No importa si el inmigrante ya conoce perfectamente un idioma oficial del estado. Eso no sirve y hay que reciclarlo, exactamente igual que si no tuviese idioma. Así de crudo.
El nacionalismo se llena la boca de la cohesión social, y considera que la discrepancia es una provocación y una llamada a la división, pero continuamente hace llamadas a la separación entre comunidades del estado, justificándolas en la historia, la voluntad del pueblo, la diferencia cultural y de lengua, todo puede servir mientras sirva para separar y distinguir. El nacionalismo pide un estado plural y respetuoso con la diferencia pero no asume que esa pluralidad se manifieste en su territorio. Dice que los otros nos deben reconocer como diferentes, pero nosotros no aceptamos las diferencias de los que vienen, pues eso va contra la cohesión social
El nacionalismo se pasa la vida dibujando mapas políticos que expresan sus anhelos, midiendo la extensión de la lengua propia, dónde cuando y en qué situaciones se habla, se escribe y se piensa en esa lengua, quién no la habla o no la entiende. Inventa instituciones, competiciones, y de todo para ilusionarse con la construcción de la nación que acabará siendo un estado. Rememora una historia antiquísima y sueña con una historia nueva, con lo que pudo haber sido y no fue, busca quién tuvo la culpa y quién fue la víctima, quien traicionó y quien fue fiel, quienes fueron, son y serán, los malos y los buenos. Sus fiestas son casi siempre funerarias, para evitar el olvido de otras épocas.
El nacionalismo no cree en la igualdad. Para el nacionalismo hay dos clases de personas, los autóctonos con raíces, dueños del territorio, y los extranjeros, sobrevenidos. Los extranjeros sólo son aceptados en la medida en que acepten o se amolden a las normas establecidas previamente por los autóctonos. En ningún caso debe ser al revés. Todo el que venga debe saber donde viene, y si viene es sobrentendiendo que conoce y acepta las normas de la “sociedad de acogida”. El mismo término sociedad de acogida implica algo…
El nacionalismo no cree en la fraternidad. Cree en las fronteras y en las diferencias. Cree en las fronteras, claro, que separen su territorio de aquellos a los que desprecia, o de un Estado al que considera atrasado o impotente. El nacionalista divide el planeta en territorios, y asigna un territorio a cada pueblo, cada pueblo el suyo. El nacionalismo no entiende que las personas son iguales y diferentes a la vez. No entiende de persona, sólo entiende de pueblos y naciones y de diferencias ente pueblos y naciones.
El nacionalismo se llena la boca de la integración del inmigrante. Sin embargo, del inmigrante lo único que parece despertar su interés es que aprenda a chapurrear el idioma del dueño del territorio, lo justo para entender las órdenes del dueño del territorio sin equivocarse. No le interesa el inmigrante como persona formada, le interesa en la medida que éste obedezca. No importa si el inmigrante ya conoce perfectamente un idioma oficial del estado. Eso no sirve y hay que reciclarlo, exactamente igual que si no tuviese idioma. Así de crudo.
El nacionalismo se llena la boca de la cohesión social, y considera que la discrepancia es una provocación y una llamada a la división, pero continuamente hace llamadas a la separación entre comunidades del estado, justificándolas en la historia, la voluntad del pueblo, la diferencia cultural y de lengua, todo puede servir mientras sirva para separar y distinguir. El nacionalismo pide un estado plural y respetuoso con la diferencia pero no asume que esa pluralidad se manifieste en su territorio. Dice que los otros nos deben reconocer como diferentes, pero nosotros no aceptamos las diferencias de los que vienen, pues eso va contra la cohesión social
El nacionalismo se pasa la vida dibujando mapas políticos que expresan sus anhelos, midiendo la extensión de la lengua propia, dónde cuando y en qué situaciones se habla, se escribe y se piensa en esa lengua, quién no la habla o no la entiende. Inventa instituciones, competiciones, y de todo para ilusionarse con la construcción de la nación que acabará siendo un estado. Rememora una historia antiquísima y sueña con una historia nueva, con lo que pudo haber sido y no fue, busca quién tuvo la culpa y quién fue la víctima, quien traicionó y quien fue fiel, quienes fueron, son y serán, los malos y los buenos. Sus fiestas son casi siempre funerarias, para evitar el olvido de otras épocas.
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