miércoles, 23 de abril de 2008

El capitán Solbes, cubo en mano, achica agua en medio de la tormenta

Achicar agua es un viejo recurso de cualquier navegante para seguir a flote. Pero a ningún avezado marino -ni siquiera al torpe capitán del Titanic- se le ocurriría confiar la salvación de su nave -en medio de la tormenta- a una política de achique de aguas. Se supone que cuando los problemas son de naturaleza estructural, lo lógico es que se tomen medidas de calado. Y, al contrario, cuando el agua entra de forma esporádica y sin que afecte a la estabilidad de la nave, lo sensato es no matar moscas a cañonazos. Si nos atenemos a lo que ocurre en la economía española, no parece que estemos en el segundo de los supuestos. Más bien nos encontramos ante un cambio de ciclo que ha puesto patas arriba el patrón de crecimiento observado en la última década.
Existe un cierto consenso entre los especialistas en que más allá de los problemas que vienen de fuera -restricción internacional del crédito, recesión en EEUU o encarecimiento del petróleo- la economía española tiene por delante problemas que ella solita ha creado (excesiva dependencia de la construcción, baja productividad o un modelo de crecimiento basado en el consumo y en el endeudamiento de familias y empresas). Parece evidente, por lo tanto, que si quiere salir del embrollo lo urgente es atajar esas vías internas de agua que han resquebrajado la estructura del paquebote. Estamos ante una doble crisis que ha coincidido en el tiempo, lo cual es especialmente grave.
Por eso sorprende que el Gobierno -erre que erre- insista en presentar los problemas de la economía (hoy oficializará su anunciado plan de choque) como un asunto de naturaleza coyuntural, cuando los más finos y certeros observadores hablan sin matices de la quiebra de un determinado patrón de crecimiento. Pero sorprende todavía más que las autoridades económicas no hayan sido capaces, hasta el momento, de poner en marcha grupos de trabajo capaces de identificar, al menos, qué tipo de salida a la crisis es la más beneficiosa para la economía española. Porque si algo está claro es que no todas las alternativas son iguales.
No es lo mismo, por ejemplo, el ‘modelo irlandés’ que el ‘modelo alemán’. Hay quien, como José María Fidalgo (CCOO), no cree en los modelos económicos, pero no cabe duda de que cada país muestra un determinado perfil de crecimiento. En el caso irlandés, por ejemplo, sus señas de identidad han sido en los últimos años una fiscalidad baja para las empresas y una apuesta decidida por las nuevas tecnologías de la mano de las multinacionales estadounidenses, que han convertido a la isla en su plataforma hacia Europa. El otro rasgo que ha distinguido a Irlanda -en esto se parece a España- es haber convertido al sector de la construcción en el motor de su actividad productiva.
Paralelismos entre Irlanda y España
Lo dijo ayer mismo el Banco Central Europeo (BCE) en su informe mensual. Irlanda y España, dice el informe, son los dos países en los que la construcción tuvo mayor peso en el 2006, el 10% y el 12%, del valor añadido nominal respectivamente. En el otro extremo, la participación de este sector en la economía alemana ha estado disminuyendo, y en el 2006, representaba sólo el 4% del valor añadido del país. El dinamismo de la actividad constructora en Irlanda y España, sostiene el BCE, se muestra claramente en el rápido crecimiento de los préstamos relacionados con estas actividades. A finales del 2006, los préstamos destinados a la construcción y a las actividades inmobiliarias ascendían al 51% del saldo total de préstamos a las sociedades no financieras en España, y al 74% en Irlanda. Es decir, que en ambos casos el ‘ladrillo’ ha sido la fuente principal del enriquecimiento colectivo (al menos en términos agregados), lo que explica que ambas naciones sufran hoy con mayor intensidad los rigores del ajuste económico. El ‘tigre celta’ no pasa hoy de ser un gatito de compañía, mientras que el ‘toro ibérico’ se convierte cada día que pasa en un novillo lidiado en una plaza de tercera.
En Alemania, por el contrario, tras años de estancamiento económico, se apostó por las exportaciones para salir de la crisis. Se dio un tajo al Estado de bienestar y, finalmente, se rebajó la carga fiscal que soportan las empresas. Es decir, se tomaron medidas de calado una vez que las autoridades económicas tuvieron el convencimiento de que los problemas eran de fondo y no meramente coyunturales. Y todo ello en nuevo clima político de mayor estabilidad (Grossen Koalitioneen entre la CDU y el SPD).
Quiere decir esto que se tomaron medidas. Como anteriormente lo hicieron los suecos o los austriacos. Y no digamos nada el Reino Unido, que vive el periodo de esplendor económico más largo desde los tiempos de las colonias. Por el contrario, en otras naciones, como Italia, Portugal o Francia se optó por poner cara de póker, y eso explica que sus economías se hayan arrastrado durante los últimos años.
No hace falta ser un lince para darse cuenta de lo que le pasa a la economía española no es meramente coyuntural, como hace creer el Gobierno. No es normal que una economía pase en ocho trimestres de crecer un 3,8% (año 2007) al 0,9% en 2009, tal y como ayer pronosticó Funcas, el servicio de estudios de las cajas de ahorros, que estima para el año próximo un déficit presupuestario equivalente al 1,2% del PIB. Y todo ello aderezado con un paro superior al 11% de la población activa.
Exposición al riesgo
Una caída tan pronunciada sólo puede explicarse por la elevada exposición al riesgo en un doble frente: el crédito y el ladrillo, como se sabe fenómenos muy interrelacionados. Y por eso, construir una alternativa es algo más que necesario.
Por si alguien no lo recuerda, España salió de la recesión de 1992-93 gracias al sector exterior, pero después de sufrir cuatro devaluaciones que hicieron a los españoles un poco más pobres. O un poco menos ricos, como se prefiera. Dos datos ilustran la manera en que España ganó competitividad respecto a los principales socios comerciales, algo que ha permitido a la economía tirar durante los últimos tres lustros. En 1990, un marco alemán se cambiaba de manos por 63,09 pesetas, pero en 1998, inmediatamente antes de la llegada del euro, el tipo de cambio era ya de 84,90 unidades. Respecto del franco francés, más de lo mismo. De las 18,72 pesetas por franco de 1990 se pasó a 25,33, lo que da idea de la depreciación de la peseta en tan corto espacio de tiempo. Un 35% en ambos casos.
Es decir, que se ganó competitividad y España pudo salir de la crisis gracias a algo que ahora no es posible: la devaluación de la moneda. La caída en vertical de los tipos de interés, la entrada masiva de inmigrantes con bajos salarios bajos y condiciones laborales precarias, las privatizaciones y -por entonces- el bajo endeudamiento de las familias y empresas, hicieron el resto, dando alas a la economía española durante los pasados 14 años. Ninguna de esas condiciones históricamente favorables y coincidentes en el tiempo, se presentan como factibles en los próximos años, y por eso insistir en que esta es una crisis pasajera tiene mucho de voluntarismo.
Dijo el miércoles Pedro Solbes que “según la mayoría de estimaciones, en la segunda mitad de 2009 podría comenzar a normalizarse la situación, de manera que en el 2010 retornaríamos a tasas de crecimiento normales, en el entorno del 3%”. Pero no dijo cuál sería el bote salvavidas al que se agarrará la economía española para salir a flote. ¿Al sector exterior?, con el mayor déficit comercial del mundo en términos relativos entre los países industrializados. ¿Compitiendo con nuestros bienes y servicios?, con una inflación que en la zona euro sólo la supera Eslovenia. ¿Gracias a nuestro sistema educativo?, sin duda una calamidad en muchos aspectos. O gracias a un nuevo milagro de los panes y de los peces. Quién lo sabe.

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