viernes, 9 de mayo de 2008

El Barça como metáfora de la decadencia de Barcelona

Seguramente todos, o casi, los lectores de El Confidencial conocen mi apego sentimental al FC Barcelona, por lo que la tesis que pretendo exponer en estas breves líneas no necesita coartada ni pretende engañar a nadie. Simplemente soy culé. A lo largo y ancho de la presente temporada he visto, como tantos miles de barcelonistas, arrastrarse como alma en pena al equipo de mis amores por los campos de España y algunos del extranjero, en un proceso de degradación sin equiparación posible que, en mi modesta opinión, no es achacable tanto a los deportistas que componen la actual plantilla, que también, como a los directivos de sociedad que los dirige, es decir, a la junta directiva del actual FC Barcelona, con el nefasto Joan Laporta a la cabeza.
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Porque, repito, el espectáculo de incuria y desidia ofrecido anteanoche por el Barça en el Bernabéu no es nuevo, que se ha repetido esta temporada hasta la saciedad. El Barcelona es hoy un Club sin rumbo, un pollo sin cabeza; una sociedad dirigida por un oportunista, un arribista con nulas dotes de gestor de empresa y mucho menos de líder de equipos humanos. Este debe ser el único Club del mundo capaz de pagar un sueldo anual que debe rondar los 1.000 millones de las antiguas pesetas a un futbolista que ha practicado el más vergonzante absentismo laboral que se recuerda en la historia de este deporte, sin que se le haya pedido ninguna explicación y sin que pase nada. Sin consecuencias para el malandrín y sus secuaces.
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Ronaldinho como síntoma de los males del Barça, y el propio Barça como síntoma de los males de Barcelona, de la decadencia de Barcelona y, si me apuran, de Cataluña entera. Laporta, un tipo que ha demostrado una incompetencia palmaria para dirigir una gran sociedad como es el FC Barcelona, se ha revelado en cambio como un virtuoso del oportunismo político más ramplón, un aprendiz de brujo capaz de comprometerse hasta con tres partidos distintos del espectro político catalán. Es evidente que ha tenido o tendrá que traicionar al menos a dos de ellos en el momento procesal oportuno. Ello contando con que a los políticos catalanes les interese ahora fotografiarse al lado de tal dechado de virtudes profesionales y humanas.
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No sabemos las cifras reales del Club, ni conocemos su verdadera situación financiera, aunque nos la imaginamos. Sí sabemos, porque lo hemos ido viendo domingo a domingo, la situación deportiva del equipo. Un grupo de profesionales formado –en su mayoría por Sandro Rosell- para ganar varias ediciones de la Liga de Campeones, se ha volatilizado en apenas una temporada, agotado por consunción y consumo de alcohol, entre otras sustancias no menos dañinas. Y es que en tanto en cuanto el presidente del club salga de la discoteca a las 5 de la madrugada con Ronaldinho del brazo, difícilmente podrá al día siguiente llamar la atención al tal Ronaldinho si no se presenta a entrenar, si no acude a su hora a su puesto de trabajo como hubiera sido su obligación.
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Este personaje encantado de haberse conocido, ansioso de coquetear con la política, incluso con el más radical independentismo catalán; este tipo emparentado en sus orígenes con el franquismo, deseoso por tanto de hacerse perdonar, ha hecho otra cosa peor en mi opinión, y es que con la torpe politización a que ha sometido al Club ha cegado los canales de identificación emocional que unían al Barça con cientos de miles de barcelonistas diseminados por todos los rincones de España. Laporta y su oportunismo político ha echado fuera de recinto sentimental del club a muchos españoles y extranjeros que tenían al Barça por el club de sus amores.
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Es evidente que no va a refugiarse en las montañas de Ingushetia del Norte tras el espectáculo de anteanoche en Madrid, como en su lugar haría cualquier persona honorable. En la renuncia a conjugar el verbo dimitir en primera persona, este caballerete es el más español de los españoles. Un verdadero prototipo. Lo que ya resulta incomprensible es que en el seno del Club, entre su masa social, no surja de inmediato un movimiento de rebelión que le obligue a esconderse o salir huyendo. No surgirá tal reacción, y lógicamente no se irá. Venderá, sí, grandes proyectos para el curso que viene, fichajes milagrosos, desembolsos millonarios (con las correspondientes comisiones per tutti), y así seguirá adelante hasta que la situación financiera de la casa le obligue a llamar a las puertas de los políticos locales para proponer algún nuevo atentado urbanístico especulativo con el que salvar las miserias del personaje.
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Y no surgirá impetuoso ese movimiento cívico porque, aunque es muy cierto que Cataluña es mucho más que el Barça, el FC Barcelona es ahora una perfecta metáfora del triste conformismo de la Barcelona actual, de la dulce decadencia de una ciudad que ha ido perdiendo progresivamente fuelle y encanto. Barcelona resignada y melancólica; Cataluña dispuesta a mirarse el ombligo de forma permanente y buscar culpables fuera. A lomos de un segundo tripartito del que forman parte aventureros de la política, virreyes de ínsula Barataria que en una sociedad culta y desarrollada como se supone a la catalana no deberían tener cabida, Cataluña, en efecto, ha tocat fons.
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Sin ánimo de ser exhaustivo, el proceso degenerativo incluye fallos en el suministro eléctrico; falta de agua que hay que resolver apelando al Ebro; un AVE que llega con retraso de años, provocando el caos en el transporte de cercanías; un Carmelo que, sin que nadie asuma responsabilidades, se hunde bajo el peso del 3% (“Vostès ténen un problema, i aquest problema es diu 3%”), que puede ser del 13% o del 23%, que se calla, se engolfa, se entierra en cemento armado, con el silencio cómplice de una prensa encargada de aventar el polvo y sacar brillo al estanque dorado. Un drama coronado por la guinda de ese Estatut antiliberal que apenas respaldó uno de cada tres votantes. Y esa sensación de sociedad civil que –a diferencia de la italiana, capaz de funcionar al margen del Gobierno de Roma- ha bajado las manos, rendida a las ventajas cortoplacistas que proporciona el sometimiento a una casta política, nacionalista toda ella, dispuesta a extender sus tentáculos, de la cuna a la tumba, sobre todos los aspectos de la vida del individuo.
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El guapo Laporta, que fue capaz de quedarse en calzoncillos para pasar, rebosante de soberbia en los días felices, un control aeroportuario, se ha quedado ahora literalmente en bolas y con sus vergüenzas al aire. Lamentable espectáculo de incompetencia. Y una coda final para el señor Calderón, presidente del Madrid: para ganar a este Barça no hacía falta tan descarada ayuda arbitral, paisano, esas cosas no se hacen, hombre, que quedan muy feas. Mis felicitaciones a los seguidores del Real Madrid.
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