La Vanguardia
Antoni Puigverd
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No le va a ser fácil a una sociedad como la nuestra enfrentarse con coraje, determinación y austeridad a las dificultades de una crisis que apenas ha dado sus primeros zarpazos. Los jolgorios de la sociedad del ocio, el imperio de la queja y la cultura de la subvención (siempre esperando el arreglo de las alturas) han dejado los músculos del esfuerzo muy desentrenados. No son pocos los ciudadanos que se comportan como niños mimados. Enviciados por las promesas electorales, habituados al paternalismo de lo público, amplificados sus lamentos por los medios, han desarrollado una mentalidad de nuevo rico de la democracia: yo pago mis impuestos, por lo que exijo a los criados de la política que resuelvan mis problemas. Los políticos son criados, pero deben comportarse como Reyes Magos.
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La solución no puede ser mágica. Los dirigentes no pueden fabricar moneda a mansalva. Y, lo que es más preocupante, carecen de autoridad moral para exigir que nos apretemos el cinturón. ¿Qué puede exigir Bush, si ha ganado el campeonato de peor presidente de la historia? Zapatero es más paternalista: no pide esfuerzos, juega a Superman. Sabemos que no es Superman. Tampoco lo es Sarkozy. Los líderes europeos no doblegarán la crisis con activismo teatral, sino luchando con todas sus fuerzas para encontrar salidas comunes. Europa no es más que un mercado común: si ahora cada cual va por su lado, apaga y vámonos. Por otra parte, Zapatero no debería olvidar que la unidad interior, tan necesaria, depende de quien gobierna: no ofrecer a Rajoy la justa contrapartida de poder intervenir en la revisión de los presupuestos es condenarle a las fieras internas que esperan descabalgarlo de su liderazgo.
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Por su parte, Almunia, comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la UE, no pide esfuerzos: sigue anunciando desgracias desde Bruselas, sin que de su boca salga una sola palabra de autocrítica. Los que nunca fuimos euroescépticos, sentimos en estos momentos la urgente necesidad de que las instituciones europeas nos den alguna explicación: ¿tanta eurocracia vigilante no fue capaz de reparar en la toxicidad que infectaba el sistema?
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En cambio, Montilla sí pide esfuerzos. Es de agradecer que recupere los valores que caracterizaron a los catalanes (y a los miles de trabajadores que, procedentes de otras tierras, regaron con sudor la economía catalana). Pero la ética neopujoliana del president se contradice con el sectarismo feudal del PSC (y del resto de los partidos catalanes). Para reclamar el retorno al esfuerzo individual hay que abrir las puertas de par en par: eliminando la exigencia de fidelidad y los bloqueos de secta, clase o partido que caracterizan el sistema social catalán (cada vez menos catalán y más suavemente siciliano).
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Un pequeño empresario me contaba ayer sus cuitas: "Han caído las ventas y voy a tener que pagar los sueldos de octubre, noviembre y diciembre de mi bolsillo, pero ¿con qué pagaré las facturas de enero?". Algunos expertos sostienen que el crac bursátil del 2008 equivale al de 1929. Y puesto que todos los fantasmas de aquel tiempo regresan, bueno es que regrese también el recuerdo de las palabras que Franklin D. Roosevelt pronunció al asumir el poder (1933): "Para superar la crisis lo primero que se requiere es valor y coraje, y por eso a lo único que debe temerse es al miedo mismo".
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Liberarnos del miedo, eso es lo que necesitamos, pero ¿cómo? Puesto que de los políticos no es posible esperar autoridad moral y es de temer que la sociedad de masas no se muestre muy serena y resistente, habrá que encomendarse a las minorías creativas, que, como este empresario amigo mío, se resisten a ceder cuando lo más fácil es rendirse. El carácter es lo que somos en la oscuridad. En la oscuridad, puede estallar la histeria, el egoísmo y el sálvese quien pueda. O, por el contrario, la generosidad, la altura de miras, la resistencia: lo mejor de la condición humana.
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El historiador Tito Livio cuenta que cuando un mensajero llevó a Roma la noticia de la victoria de Aníbal en la batalla de Cannas, se desató el terror. El ejército del cónsul Varrón había sido destrozado y los muertos se contaban por decenas de miles, entre los cuales ochenta senadores. La ciudad estaba en el umbral del desastre, pero los romanos transformaron el miedo en coraje. Nadie aprovechó el momento de zozobra para conspirar. Nadie pidió explicaciones al cónsul perdedor en Cannas. Nadie huyó. Nadie gritó: "¡Sálvese quien pueda!". El miedo actuó como acicate. Roma reunió todas sus fuerzas, incluso las menos apreciadas. Redescubrió en su interior efectivos que hasta el momento desdeñaba. No se dejó dominar por la histeria de los agoreros. Cerró filas en torno a sus instituciones. Se dispuso a enfrentarse al ejército más temido sacando fuerzas de flaqueza, con ánimo de victoria. Y, ciertamente, la formidable campaña de Cartago contra Roma acabó siendo el aliciente que necesitaban los romanos para lanzarse a la conquista del Mediterráneo. Tanto es así, que algunos historiadores definen la respuesta a las dificultades que causó Aníbal como la más hermosa hora de la historia de Roma. ¿A las puertas de la crisis, seremos víctimas de un miedo paralizante o, al contrario, como a los antiguos romanos, el miedo nos servirá de acicate? En la evidencia de que los malos tiempos han llegado, esa es la verdadera cuestión.
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