La última película de Woody Allen no es muy, muy buena pero está muy bien. Se pasa un rato agradable viéndola, no provoca alteraciones graves en nuestra visión del mundo, las dos actrices americanas brillan, Penélope arrasa y Bardem no estorba. La ciudad, sin embargo, no aparece. Tampoco aparece Woody, pero eso es harto comprensible, ya que su mera presencia estropea cualquier película... Lo de Barcelona es más raro, porque ya ha acreditado su valor escenográfico en muchas películas, españolas o extranjeras. Me vienen a la memoria Profession reporter de Antonioni, con Jack Nicholson y María Schneider; la archibarcelonesa Fanny Pelopaja (Andreu Martín y Vicente Aranda); y la ramblera Ocaña, retrat intermitent, pero hay cien o doscientas más. Invito a los lectores del blog a recordarlas y a compararlas con ésta cuando se estrene, o sea, ya. Nunca algo se anunció tanto y se vio tan poco.
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Sinceramente, no entiendo el por qué. Claro que tampoco entiendo por qué Oviedo se limita a la entrada al Hotel Reconquista y a una finquita en lo verde, con tres planos de pre-románico asturiano que parecen impuestos y cedidos por la Consejería de Turismo. En realidad, casi todo son interiores o entradas a interiores, que podían haberse rodado en el hotel Santo Mauro de Madrid o en cualquier otro con lujo, aligustre y sin carácter. Es posible que el productor y brujo visitador de la Moncloa Jaume Roures haya rodado una versión para Cataluña y en catalán donde aparezca la Barcelona actual y hagan cameos, por orden de importancia institucional, políticos, titiriteros, tevetreros y otras “patums” tripartitas; y que, aparte, para ganar dinero, haya hecho otra versión para el resto del mundo en la que lo catalán brilla por su ausencia. No lo sé. Los meandros y oasis cerebrales de los millonarios de extrema izquierda me resultan incomprensibles.
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Por ejemplo, he visto unas declaraciones de Roures en las que cuenta lo difícil que le ha resultado que las multinacionales, por supuesto norteamericanas, hagan una versión doblada al catalán de su película, porque no entienden algo “tan normal”. A lo mejor creen, en su ignorancia, que como lo normal en Cataluña desde que empezó el cine sonoro es ver las películas en español, lengua materna de la mayoría de los catalanes y que entienden todos (aunque el nacionalismo prohiba su uso escolar e institucional) es absurdo gastar dinero en otra versión para el mismo público. Pero no hay problema: pagas y lo entienden. Vamos, entienden que les pagas y allá tú con tu dinero y tus normalidades o normalizaciones, por decreto o a tocateja.
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Bien es cierto que Roures tendrá que justificar ante las altas autoridades normalizadoras del catalanismo por qué su película, con Barcelona en el título, es una españolada de tomo y lomo, de arriba abajo, de principio a fin, de las de toda la vida y de las de ahora mismo, de las de Merimée hasta Almodóvar o de las de Almodóvar hasta Merimée. La canción, floja para mi gusto, que hace de tema musical de la película, es en castellano. La música que en Barcelona y Oviedo escuchan todos al caer la noche es... flamenco. El tema sin letra más repetido, es “Entre dos aguas”, tan barcelonés; y otro de los mejores “El concierto de Aranjuez” del maestro Rodrigo, que más catalán y más normal no cabe. Se produce el absurdo de que una de las chicas que dice que llega a Barcelona porque le interesa lo catalán, el idioma que luego estudia es el español; ni que se hubiera hecho de Ciudadanos. En fin, los mejores momentos de la película, a cargo de Pe, son en español castizo y en clave almodovariana. En realidad, podría decirse que Roures ha producido una buena película de Almodóvar dirigida por Woody Allen. Y quizás la desaparición de Barcelona sólo se debe a que la ciudad propia de la españolada moderna es... Madrid.
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Blog de Federico Jiménez Losantos
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