ABC
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EN Cataluña ya saben hoy muchos que el negocio requiere sacrificios más allá del trabajo, el esfuerzo y la profesionalidad. Se requiere adaptación. El régimen acaba de dar un nuevo aviso a todos los que pudieran andar aún despistados. Las empresas de prensa, radio y televisión han de ser precursoras en la comprensión e interiorización de las realidades del entorno. Así lo entenderán los comerciantes, los funcionarios que aún no lo sepan, los empresarios y los obreros no convencidos por sindicalistas pagados para ser convincentes. Los catalanes lo van entendiendo. Hay que estar conectados a la misma onda que el poder para no sufrir sobresaltos. Las disonancias son harto perjudiciales para la salud, el patrimonio, la seguridad y por supuesto para la armonía. Los alemanes lo aprendieron en los años treinta. Y después de la guerra, los que tuvieron la poca fortuna de quedarse, nacer y crecer en la República Democrática Alemana. En alemán hay términos tan afinados y afilados que dan miedo. Uno de ellos es «gleichgeschaltet» (viene a ser algo así como «conectados en la misma frecuencia»). Se empezó a hacer muy pronto. Y no resulta muy difícil si hay medios y voluntad. Ya en 1933 -recuerdo que lo relataba el inolvidable Joachim Fest, pero también Sebastián Haffner sabía mucho al respecto- comenzaron los camisas pardas a corretear por los pasillos de las redacciones. Entraban sin llamar a los despachos de los directivos y responsables de opinión, política y cultura para recomendar lo que convenía publicar y escribir si se valoraba la vida plácida y la nómina. Llegaban y preguntaban a los venerables opinadores de la Frankfurter Allgemeine Zeitung entonces si valía la pena la ridícula insumisión ante la «Gleichschaltung». Pasó lo mismo en territorio comunista a partir de 1946. En los históricos periódicos de Berlín, Leipzig, Halle o Dresde. Todos sabían lo que significaba. No había que hacer proclamación pública de acuerdo. Bastaba con asumirla como un hecho más de la realidad social. Evitaba problemas laborales y económicos, sociales y de trato e integración de los hijos y la familia. Oponerse era absurdo y desleal hacia el bienestar de los más cercanos. En Cataluña ya van afilando el término. Nos lo cuentan Punto Radio y la COPE, además de todos los empresarios que se resisten a ser felpudo de la Generalidad o La Moncloa.
EN Cataluña ya saben hoy muchos que el negocio requiere sacrificios más allá del trabajo, el esfuerzo y la profesionalidad. Se requiere adaptación. El régimen acaba de dar un nuevo aviso a todos los que pudieran andar aún despistados. Las empresas de prensa, radio y televisión han de ser precursoras en la comprensión e interiorización de las realidades del entorno. Así lo entenderán los comerciantes, los funcionarios que aún no lo sepan, los empresarios y los obreros no convencidos por sindicalistas pagados para ser convincentes. Los catalanes lo van entendiendo. Hay que estar conectados a la misma onda que el poder para no sufrir sobresaltos. Las disonancias son harto perjudiciales para la salud, el patrimonio, la seguridad y por supuesto para la armonía. Los alemanes lo aprendieron en los años treinta. Y después de la guerra, los que tuvieron la poca fortuna de quedarse, nacer y crecer en la República Democrática Alemana. En alemán hay términos tan afinados y afilados que dan miedo. Uno de ellos es «gleichgeschaltet» (viene a ser algo así como «conectados en la misma frecuencia»). Se empezó a hacer muy pronto. Y no resulta muy difícil si hay medios y voluntad. Ya en 1933 -recuerdo que lo relataba el inolvidable Joachim Fest, pero también Sebastián Haffner sabía mucho al respecto- comenzaron los camisas pardas a corretear por los pasillos de las redacciones. Entraban sin llamar a los despachos de los directivos y responsables de opinión, política y cultura para recomendar lo que convenía publicar y escribir si se valoraba la vida plácida y la nómina. Llegaban y preguntaban a los venerables opinadores de la Frankfurter Allgemeine Zeitung entonces si valía la pena la ridícula insumisión ante la «Gleichschaltung». Pasó lo mismo en territorio comunista a partir de 1946. En los históricos periódicos de Berlín, Leipzig, Halle o Dresde. Todos sabían lo que significaba. No había que hacer proclamación pública de acuerdo. Bastaba con asumirla como un hecho más de la realidad social. Evitaba problemas laborales y económicos, sociales y de trato e integración de los hijos y la familia. Oponerse era absurdo y desleal hacia el bienestar de los más cercanos. En Cataluña ya van afilando el término. Nos lo cuentan Punto Radio y la COPE, además de todos los empresarios que se resisten a ser felpudo de la Generalidad o La Moncloa.
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El que más desparpajo tiene en esto, no es sorprendente, es «el Putin de Iznájar», también conocido como el «Strelnikov de Sant Jaume». ¿Se acuerdan de Strelnikov? El homo-soviéticus por excelencia. El aparatchik total. Más que adalides de la cochambre política e intelectual, del resentimiento enemigo de la libertad, el presidente de la Generalidad y su Gobierno son ya metáfora de todo ello. Pero está claro que no basta con una pieza tan triste y menor para explicar el inmenso desafuero. La vergüenza, el abuso y la cobardía tienen muchos más nombres que explican tanto alineamiento (Gleichschaltung) en la inagotable ofensiva contra la libertad en Cataluña y toda España.
El que más desparpajo tiene en esto, no es sorprendente, es «el Putin de Iznájar», también conocido como el «Strelnikov de Sant Jaume». ¿Se acuerdan de Strelnikov? El homo-soviéticus por excelencia. El aparatchik total. Más que adalides de la cochambre política e intelectual, del resentimiento enemigo de la libertad, el presidente de la Generalidad y su Gobierno son ya metáfora de todo ello. Pero está claro que no basta con una pieza tan triste y menor para explicar el inmenso desafuero. La vergüenza, el abuso y la cobardía tienen muchos más nombres que explican tanto alineamiento (Gleichschaltung) en la inagotable ofensiva contra la libertad en Cataluña y toda España.
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HERMANN TERTSCH
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