La inteligencia actual está lejos de comprender las causas de las crisis económicas, al menos hasta el nivel necesario para evitarlas. Es adecuado hablar de seísmo: aunque un seísmo puede describirse es imposible de abortar. Hay demasiados elementos comprometidos en el desencadenamiento de la crisis. Y algunos pueden ser puramente inesperados, cisnes negros en el argot de Taleb. No puede decirse, sin embargo, que esta vez haya predominado lo imprevisible: hace años que el mundo señala la burbuja inmobiliaria. Pero, al igual que el seísmo, la crisis no ha podido evitarse. Que la inteligencia no dé con todas las explicaciones no quiere decir que sea inútil buscarlas. Y en encontrarlas, que no en buscarlas, hay quien destaca con poderosa luz propia. Por ejemplo, los que negando la responsabilidad de cualquier otro líder se aprestan a endosarle la crisis a Bush. Es decir, aquellos que en la política provincial privilegian la autonomía de la economía sobre la política y el carácter advenido, sobrenatural, de la crisis, no dudan en liquidar al sospechoso habitual. Por supuesto que el poder de Bush es algo superior al del presidente español, sobre todo si éste no se crece. Ahora bien, ¿lo es hasta el punto de hacerle responsable de lo que automáticamente se irresponsabiliza al conjunto de los líderes mundiales. ¿Bush, sí…, y no Merkel, Brown, Zapatero o Berlusconi? Hombre, hombre. Una variante colorista de ese pensamiento acomodado es la hipótesis del gángster. Una suerte de ambiciosos bandidos habrían provocado el caos con sus ofertas estafadoras. Déjese al margen la sonrojante evidencia de que, como explicaba ayer García-Abadillo, los hoy bandidos Lehman habían sido calificados (¡hace un año!) como “la entidad financiera más respetada del mundo”: desde el honoris causa de Mario Conde el vaivén ha dejado de impresionarme. Lo interesante son los cómplices de Lehman. Porque para endeudarse también hacen falta dos. Cierta benevolencia señala a los lehmans como depredadores mortales, en cuyas fauces habrían caído miles de incautos. Falso. Tanto los prestamistas como los prestados compartían una característica, esta sí mortal: la ilusión de vivir a crédito.
Esta moralizante explicación conviene, sin embargo, que se pinche y haga ¡Pop!, como el título del último libro de Daniel Gross. Allí se razona que la burbuja es imprescindible para la economía. La economía, que es decir, maldita e ilusionadamente, la propia vida entera.
(Coda: “Tome la burbuja inmobiliaria que ha estallado. A millones de personas les dolerá –y les dolerá mucho– según caigan los precios de los pisos y las hipotecas se encarezcan. Siempre es difícil ver lo bueno de las burbujas cuando hay quiebras. Levante la mano si, en 2001 y 2002, pensó que una compañía de búsqueda por internet y de anuncios por palabras valdría 146 billones de dólares en 2007. Pero las infraestructuras mentales y comerciales sobre el crédito inmobiliario permanecerán.” Daniel Gross, Slate, 9 de mayo. Traducción de Verónica Puertollano.)
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