CUANDO un progre o una progre salen de la confortable Europa para ejercer de misioneros laicos suelen topar con realidades chocantes que agrietan su sentido etnocéntrico de la existencia: gente que corta las manos de los ladrones, mutila el clítoris de las chicas o se casa con varias mujeres a la vez. Otros comen insectos o se cuelgan una pesa de los genitales. Es lo que tiene viajar, que se conoce mundo ancho y diverso. Si unos anfitriones te honran sirviendo a la mesa una cucaracha frita hay que sonreír y fingir falta de apetito, pero si te presentan a un harén conviene disimular y hacer mutis por el foro. Sobre todo si eres feminista y no te gusta hacer el ridículo.
A la vicepresidenta De la Vega la han puesto en un aprieto multicultural al retratarla con un polígamo nigerino (que no nigeriano) para el que constituía todo un honor presentarle a su numerosa familia. Iba la dama de safari antropológico, versión moderna de la «Reina de África»; buen rollito, desarrollo cooperativo, nalingi botondi, amigos para siempre y tal, pero sus asistentes personales olvidaron meterle el manual de costumbres indígenas en el equipaje, junto al salakoff mental con el que los europeos suelen viajar al Tercer Mundo. Ahora se declara «horrorizada» al verse fotografiada en tan imprudente renuncio, que hace chirriar su buena conciencia igualitaria. Algún reflejo intuitivo o prudente impulsó a sus acompañantes Leire Pajín y Bibiana Aído a quedarse discretamente al margen de la escena; debieron olerse la tostá, pero esas cosas se avisan, mujeres de Dios. Y más a la jefa de una.
La encerrona se presta a chistes fáciles, y algunos crueles, pero es más interesante la categoría que la anécdota. La categoría consiste en la paradoja desnuda a la que se enfrenta nuestro progresismo igualitarista cuando se aleja de sus frágiles coordenadas geográficas y sociales y encara realidades complejas que ponen en solfa el multiculturalismo de boquilla y la superioridad redentorista con que a menudo sale de paseo la izquierda. La vice y sus colegas iban al Níger a exportar igualdad de género y se dieron de bruces con la Alianza de Civilizaciones en todo su contradictorio esplendor. Ocupada como está en enredar con la confesión católica de la mayoría de sus compatriotas, De la Vega recibió «in situ» una lección recordatoria sobre qué clase de religiones son las que chocan frontalmente con las costumbres democráticas y los derechos humanos. Eso sí que es mestizaje de creencias (Blanco dixit), y por inmersión.
Claro que si de choque de culturas y de relativismos se trata, quizás hubiera que preguntarle al sonriente polígamo que tan ufano estaba de posar con su horrorizada benefactora. Seguramente le ofenderá el rechazo y le parecerá extravagante que los mismos europeos que se escandalizan de que esté matrimoniado con tres mujeres admitan con naturalidad que un hombre pueda casarse con otro. Que alguien ate esa mosca multicultural por el rabo.
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